Llegaba puntualmente a falta de diez minutos para las cinco de la tarde y me ofrecía un sutil saludo desde el otro lado de la acera, levantando ligeramente el ala de su sombrero. Él ya sabía que yo estaba fregando el suelo a esa hora y nunca quería molestar antes de tiempo. Se apoyaba en la pared y se encendía un puro que duraría las dos horas que cada lunes solía pasar en la pequeña tarima que hacía las veces de mesita, en la ventana del bar que daba a la calle.

La coctelería apenas hacía veinte metros cuadrados y una gran barra de madera se levantaba imponente, albergando los diez taburetes disponibles en todo el local. Solía ser un espacio tranquilo con música suave, de Coltrane a Fela Kuti, pasando por Machín y algo de flamenco.

Tres semanas antes, en mi primer día mi jefe me dijo: ¡Tómatelo con calma chaval! Aquí siempre vienen los mismos, sé diligente pero cuidado con los borrachos de última hora. Sé complaciente pero no te fíes del que te hace demasiadas preguntas.

Este bar tiene alma afirmó, encárgate de mantener la orquesta afinada y usa los tragos como batuta. Tus parroquianos te triplicarán la edad, son personajes anacrónicos, de otra época. Y. sobre todo. cuídate del Señor Ramón, lo reconocerás enseguida: sombrero y puro, bebe Brandy, de Jerez preferiblemente, en vaso de coñac y un agua con gas al lado.

Ese lunes tampoco falló, subí la persiana y le saqué un taburete para que se sentara en su sitio. Coloqué dos posavasos, un agua con gas y desde dentro de la barra le pregunté qué iba a ser: “Me ha llegado un Barbadillo Gran Reserva, aunque si prefiere el Lustau como la semana pasada también puede ser. Le he pedido a mi jefe a ver si puede comprar alguna botella más para la semana que viene…”

Se sacó el sombrero, dio una larga calada al puro y me habló por primera vez tras una cortina espesa de humo: “Me fijé el otro día cómo gestionaste la situación con aquellos clientes. Cuando agitaste la coctelera y serviste el líquido en las copas y las probaron, quedaron anonadados. Llevo demasiados años viniendo a esta coctelería y creo que eres el primero que detrás de la barra transmite algo especial. Hagamos un trato, a partir de hoy te propongo que cada lunes me prepares un cóctel a base de Brandy de Jerez. Cada día me tomaré dos, uno clásico y otro creado por ti. Me gusta tu estilo y antes de que desaparezca de este mundo me gustaría romper algunas tradiciones”

Empecé con un Brandy Crusta, hacía calor y algo refrescante entraría de maravilla. Unas gotas de Marraschino y angostura, algo de triple seco y por supuesto limón y Brandy de Jerez, con un escarchado de azúcar en el borde del vaso de flauta. Se terminó el trago en un santiamén.

Pasé a algo más seco y mezclé Brandy de Jerez con Amontillado, unas gotas de Bénédictine y algo de vermú rojo. Vaso ancho y servido con un hielo bien grande. Él observaba el ritual desde la ventana y asentía a cada movimiento que yo hacía. Se tomó su tiempo con el segundo trago, pagó, me dio la mano y se fue.

Decidí que el próximo lunes le prepararía un Ángel Face y algo con frutas de segundo. También decidí que me atrevería a preguntarle por su vida, ese señor me despertó mucha curiosidad. Pero al lunes siguiente no volvió, ni al otro, ni nunca más regresó y pasó a formar parte de las almas que para siempre se quedaban resguardando la coctelería.